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Tiempos de antaño

Raúl HERNANDEZ

1 de noviembre, 2010

Días atrás el Cónsul de los Estados Unidos en Nuevo Laredo, Donald Heflin,  declaró que debido a la situación que se vive en esta frontera  desde hace algunos años, el turista norteamericano dejó de visitar esta ciudad.

“Hace muchos años que ya no hay turistas en Nuevo Laredo y algunos pueden recordar la época en que miles de turistas visitaban esta ciudad cada fin de semana, pero ahora lamentablemente no es así”, precisó.

Tiene razón y lo que es peor es que  va a ser muy difícil  que los turistas norteamericanos regresen en los próximos años. Es como pedir que entre los niños vuelva a estar de moda jugar  al trompo, al balero, a las canicas. Hay tradiciones que forman parte de un pasado que ya no volverá.

Hace unos días, en plena tarde, caminamos por la calle Matamoros, desde Beldén hasta la 15 de Junio. La banqueta del lado poniente es quizá la más amplia en todo Nuevo Laredo. En ese momento la calle lucía limpia, no había ni una envoltura de chicle. Solo había una vendedora ambulante, había escasos peatones, casi no circulaban coches.  Los negocios estaban solos.  Hasta parecía otra ciudad y no Nuevo Laredo.

Años atrás, en las manzanas cercanas al puente I había cientos de negocios dedicados a la venta de artesanías provenientes de todas partes del país que eran  visitados por los estadounidenses. Los turistas también  visitaban  bares, restaurantes,  farmacias, se paseaban en calandrias. Hasta la venta de pastillas para “adelgazar” era un mega negocio que dejaba ganancias de más de 15 mil dólares semanales a dentistas y médicos que ni siquiera se ocupaban de auscultar a los pacientes  gringos y se concretaban a rellenar una receta, que legalizaba la compra  de  las pastas utilizadas no para adelgazar sino para “volar”.

Todos los días había cientos de turistas  dispuestos a gastar dinero, que aquello se prestaba a abusos. Una botellita con una onza de vainilla se la vendían a 10 dólares. Una cartera de cuero  feo, en 30 o 40 dólares. Por supuesto que los  turistas  sabían de los abusos –en New York se venden en 40 dólares la réplica de una bolsa de diseñador que en una tienda original costaría 4 o 5 mil dólares--- pero no le daban importancia,  porque estaban convencidos de que estaban ayudando a habitantes de un país pobre con  ganas de salir adelante. Pero además, venían a conocer y a vivir el  folcklor de México y por eso aprovechaban para comprar ponchos y  sombreros enormes que utilizaban en sus fiestas de disfraces.

No solo se acabó al turismo gringo, sino que además hasta nuestros familiares, amigos  y conocidos que viven en Laredo han dejado de venir porque tienen miedo de ser víctimas de  la delincuencia cotidiana. Hasta hace poco, muchos laredenses   venían a Nuevo Laredo a  surtir la despensa, a comer a los restaurantes, a divertirse en los antros, a  los bailes  de fin de semana, a las fiestas  familiares o simplemente venían a visitar a algún familiar.

Cuánta razón tiene el señor Heflin y cuánto nos  gustaría que  no fuese así.

¿Algún día regresarán los turistas norteamericanos a Nuevo Laredo?, Esperemos que sí, y que todos nos ocupemos de hacerlos sentir como en su casa. Grave error sería  regresar a los tiempos de antaño, en que un comerciante quería hacer su agosto con un turista, vendiéndole a precio de oro, lo que en realidad eran baratijas.

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