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68, testimonio de un activista

Max Avila

07 de octubre, 2019

A las cinco y media de la tarde del 2 de octubre del 68 el que aquí escribe, estaba por llegar a la plaza de Tlatelolco. No había comido y me detuve a comprar una torta que fui consumiendo por el camino.

No daba importancia a las tanquetas del ejército estacionadas sobre la avenida san Juan de Letrán, ni a los soldados que permanecían relajados a un lado de los vehículos, la mayoría ajenos a los discursos provenientes del tercer piso del edificio Chihuahua.

No extrañaba ver elementos del ejército en los mítines importantes. Y el de Tlatelolco era importante y tal vez el último de convocatoria abierta, toda vez que el Consejo Nacional de Huelga (CNH) temía que a medida que se acercaban los juegos olímpicos, el nerviosismo del gobierno aumentaría y con ello, la posibilidad de mayor represión.

Terminé de comer mi torta, y apenas ingresaba a la plaza, alcancé observar las luces entre verdes y amarillas que lentamente descendían de un helicóptero de tono grisáceo, o así pareció, tal vez por el color de la tarde.

Eso me llamó la atención, aunque caminé un poco más, antes de escuchar los primeros disparos y los gritos de Sócrates Campos Lemus, pidiendo no corrieran “porque solo se trataba de una provocación”.

En tanto el ejército implementaba una especie de trampa para detener a quienes huíamos. Dos soldados me detuvieron, uno de ellos me amagó con su arma, su compañero lo detuvo y diciéndome: “¡lárguese cabrón!”.

Y claro  que me largué.

No supe más, hasta que empezaron a circular detalles de crueldad y terror que el tiempo avalaría como ciertos. Sin embargo la historia completa todavía es desconocida por esta nuestra generación a punto de desaparecer.

Es la gran deuda del estado con el movimiento estudiantil del 68.

EL PRINCIPIO

Para el que escribe, todo empezó la tarde del 26 de julio del 68. Un día antes habíamos sido convocados por el consejo estudiantil de nuestra facultad de Ciencias Políticas y Sociales, para participar en un acto por el triunfo de la Revolución Cubana, en el hemiciclo a Juárez.

De manera que en transportes de la UNAM hacia allá nos dirigimos.

El evento no llegó a realizarse porque al marchar por san Juan de Letrán (ahora eje Lázaro Cárdenas), en el cruce con avenida Juárez, topamos con la manifestación politécnica que protestaba contra la policía por actos violentos en la vocacional 5 ubicada en La Ciudadela.

Convertida en una sola, aquella masa estudiantil Poli-UNAM, decidió llegar hasta el zócalo, objetivo no logrado porque los granaderos lo evitaron a base de garrotazos y puntapiés.

Son escenas después de 51 años permanecen claras e indignantes.

El sistema mostraba su rostro represivo contra una generación que lo que menos deseaba era la violencia.

A raíz de esto siguió la paralización escolar y el proceso organizativo para enfrentar lo que parecía inevitable, es decir, la defensa de la autonomía y los derechos constitucionales, frente a un régimen autoritario, rencoroso, vengativo, insensible y convertido en criminal después de los hechos de Tlatelolco.

Yo había llegado a la capital del país en enero de aquel año, después de concluir mis estudios normalistas realizados por las mañanas, y los preparatorianos por la noche en ciudad Victoria. Y tras haber renunciado a la plaza de maestro ejercida entre septiembre y diciembre, en un poblado de Nuevo León.

Ingresé a la UNAM tras aprobar el examen respectivo y quedé inscrito formalmente para estudiar sociología, bajo una clave que se conserva para toda la vida. Inútil decir que se requiere para cualquier gestión o trámite.

Y en el DF laboraba en el turno matutino de la primaria “Benito Fentanes” en la colonia Agrícola Oriental, por el rumbo del aeropuerto, ejerciendo una plaza, gracias a la recomendación de Eloy Benavides quien formaba parte de la dirigencia nacional del magisterio.

Vivía en la Portales con una familia oaxaqueña, que atendía a otros tamaulipecos, como el distinguidísimo artista, escritor y poeta Alejandro Rosales Lugo, que entonces estudiaba Filosofía; Miguel Setién, mi estimadísimo Gilberto “el güero” Rodríguez González, (quien llegó a ser magistrado en el Supremo Tribunal de Justicia del DF),los hermanos Hernández Ayala y los Crespo Dávila…fue un animoso e inolvidable grupo de fraternos paisanos.

 ¿CÓMO FUE LA PARTICIPACIÓN?

Asambleas interminables (y en ocasiones caóticas) en el célebre salón 1 de la FSPyS, acuerdos diversos y la decisión de integrar comisiones, y todo lo que deriva de un movimiento del que aun no imaginábamos su dimensión.

Decidí integrarme a grupos activistas “volanteando”, realizando mítines en mercados y plazas, “boteando” y trepando a transportes urbanos para crear conciencia en la población. Aunque siempre perseguidos por “guardianes del orden público” que no nos dejaban ni a sol ni a sombra.

Por supuesto, la asistencia a las memorables marchas de agosto, sobre todo la del 27 donde miles de compañeros de distintas instituciones (se calcula que fueron no menos de 200 mil), dieron el sí a la provocación de Sócrates Campos Lemus, respecto de hacer guardia y exigir la comparecencia del presidente Díaz Ordaz, ahí mismo, en el zócalo el día primero de septiembre, antes de su cuarto informe. ¡Una tontería!.

Provocación que horas después, dio lugar al uso extremo de la fuerza por parte del ejército, echando encima tanquetas y golpeando con sus armas a la sorprendida asistencia que no esperaba tal respuesta.

Por nuestra parte, seguíamos al activismo con toda intensidad, asumiendo los riesgos que en ocasiones se concretaron en uno que otro golpe por la espalda al huir de la policía.

Llegó la manifestación del silencio encabezada por el Rector Barros Sierra el 13 de septiembre con su alto grado de simbolismo y después el Consejo Nacional de Huelga acordó que los provincianos realizáramos mítines en nuestros lugares de origen, para fortalecer el movimiento.

Fui comisionado para hacerlo en ciudad Victoria el 19 de septiembre, y protegido por los compañeros de la normal rural de Tamatán, llevamos a cabo un mitin en la plaza Hidalgo con buena asistencia, pero vigilados “muy de cerca” por la policía judicial.

Un día antes el ejército había invadido la Ciudad Universitaria y detenido a cientos de compañeros.

Mi discurso tocó el tema al señalar que el hecho no significaba ninguna hazaña para las armas nacionales, y que la historia así lo consignaría.

Al día siguiente fui interceptado por tres policías estatales en el centro de la ciudad y conducido sin demora, a los límites con San Luis Potosí, adelante de Tula, donde me abandonaron, bajo la advertencia de que no regresara, al menos por un tiempo.

Debo admitir que no sufrí agresión ni humillación alguna, por el contrario, hubo respeto. (Tiempo después uno de los captores me confesó que por dicha acción su jefe lo había premiado con mil pesotes, de los de antes, al igual que a sus compañeros).

Para mi suerte conservaba algún dinero aportado por los compañeros de Tamatán, lo cual facilitó mi retorno a la ciudad de México.

El acto en la plaza Hidalgo fue publicado en el Diario de Victoria el día 20 de septiembre, con una gráfica al canto.

El 24 de septiembre sería ocupado el IPN por las fuerzas armadas.

Y se esperaban acciones más drásticas por parte del gobierno. Lo cual desgraciadamente lo confirmó la trágica jornada del 2 de octubre.

Eso es todo.

Hasta la próxima.

 

Usa los números de emergencia responsablemente.
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