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Periodismo, oficio de tinieblas

Max Avila

05 de enero, 2021

Poco importa ya recordar “el día del periodista” y este lunes cuatro fue como otro cualquiera. Y es correcto porque la sociedad no está obligada a celebrar lo que poco o nada le es provechoso, sobre todo en estos tiempos. Peor, cuando el oficio sufre una descomposición imputable solo a las circunstancias que han relegado una vocación cercana al apostolado, (cuando se ejerce con dignidad y sacrificio), y quienes han transcurrido por este proceso “de santidad”, lo entienden.

Este columnista en su novela “Érase un periodista”, escribe: “Todo inicio es difícil, lo sabemos, pero en el periodismo lo es más. No se trata de inclinación que al llegar a una redacción debe estar definida, ni de capacidad que has de mostrar a través del trabajo concreto, o de sensibilidad, esta parte que por naturaleza está implícita, sino de involucrarte en un ambiente complicado donde intereses de todo tipo asechan y comprometen la autenticidad del oficio.

El primer reto es no caer en la tentación del conformismo que incluye la posibilidad de pasar a formar parte de la simulación, para decirlo más claro, se trata de no vender tu conciencia. (Ni tu alma al diablo, agregaría). Durante mi primera etapa de aprendizaje discutía mucho sobre el tema con otros compañeros. Había quienes comprendían que el título de periodista lo otorga la propia sociedad y en este sentido estás en la obligación de ser digno de su confianza, pero había otros que sin mayores escrúpulos estaban dispuestos a servir bajo las condiciones que les impusieran…tampoco lo puedes criticar porque responden a su forma de sobrevivencia.

Lo importante será que no olvides el compromiso que te empujó a ejercer la tarea más apasionante, misteriosa y sorprendente de cuantas pueda realizar una persona “normal”. Es algo que te atrapa y convierte en esclavo de la adrenalina, ubicándote en el centro del palpitar humano. Tú serás la noticia si tienes la capacidad, la suerte y la oportunidad de navegar sin distracción, por las impredecibles arterias de una sociedad contaminada, no solo por la presión de la competencia mal entendida, sino por la perversidad de quienes la controlan. Es en este proceso donde tendrás que identificar con seriedad lo que daña al oficio.

El escenario periodístico es un arcoíris donde concurren intereses empresariales, políticos, ideológicos y algunos con cierta carga democrática, más los que se acumulen por efectos de la condición humana. Esta diversidad siempre ha existido y cada medio lo interpreta a su modo, aunque en abono de la justicia y la honestidad, los hay que aspiran a dejar constancia de la realidad que les tocó vivir y por ser los menos, se convierten en un legado de conciencia instalado en el gran museo de las cosas inútiles, pero valedera para el rescate histórico de su misión.

Las hemerotecas ofrecen un caudal de información contradictoria sobre un mismo hecho que obliga a dudar de su autenticidad. Por ello la confusión sobre si el mundo ahí almacenado en verdad existió. El rastro se pierde cuando la verdad se confronta con los intereses, entonces se tiende una bruma de la cual surge el surrealismo que pareciera borrar la memoria social”.

En otro capítulo de su libro, este columnista habla a un grupo de jóvenes iniciados en la genial aventura del periodismo, induciéndolos a realizar la entrevista seria, no “de banqueta” que conduce a errores e improvisaciones, sino a la de mayor sentido y en condiciones de igualdad con el entrevistado; “no caigan en la tentación de lo inmediato tan solo para ganar sensacionalismo, eso hay que dejarlo para los simuladores”, les decía. De igual forma refería las ventajas del reportaje cuando refleja la crudeza de una realidad concreta, el beneplácito de una situación con profundo sentido humano o el evento que por si mismo se convierte en interés personal y social, si se logra esta coincidencia, pueden presumir que van por el camino correcto.

El reportaje tiene la virtud de mostrar detalles cuya dimensión se multiplica cuando pasa a ser propiedad del interés general. Las imágenes complementan el conocimiento de realidades que de otra forma no pasarían de ser materia de lo inédito. El reportaje es temido por el poder cuando toca las partes más sensibles de la sociedad como la pobreza, el abandono o la injusticia, aunque de vez en cuando habrá temas surgidos de historias fuera de lo cotidiano. Pero es en la crónica donde se alcanza la excelsitud. Ahí se funden arte y deleite. Es el punto donde el tiempo se convierte en poesía, donde las cosas, las personas y las situaciones forman parte de una criatura concebida para maravillar al lector que trasciende hacia la imaginaria de lo sorprendente.

La crónica es la joya del periodismo, solo obtenida por aquellos que desafían y derrotan la mediocridad y el conformismo. La crónica es el privilegio de los bendecidos que por su auténtica vocación no se detienen ni cuando son atacados por la jauría rabiosa de la envidia. El cronista es el periodista que puede darse el lujo de estar en paz con su conciencia, pero además es el único que tiene como premio el aplauso de su espíritu, si es que cabe la expresión.

No hay periodista más feliz que aquel que alcanza el estado pleno después de realizar una crónica perfecta, llena de luz y en escenarios donde la movilidad de seres y cosas compactan el quehacer social en eslabones de una cadena donde caben angustias, alegrías, miedos y sobre todo, esperanzas. En síntesis, la crónica es la fase superior del periodismo y a quien la ejerce en plenitud hay que llamarlo “Gran sacerdote de la creatividad”.

                                  ESPECIE EN EXTINCIÓN

Lo digo en “Érase un periodista” y no me apena repetirlo, solo quiero aclarar que la novela está recreada en tiempos donde no imaginábamos el terrorífico avance tecnológico de esta época, que despersonaliza y aleja sentimientos y costumbres. Así lo escribí: “Los periodistas que caminamos el último tramo de la existencia, somos una especie en extinción. Pasajeros de una vieja y quejumbrosa lancha en un mar tranquilo rumbo a ninguna parte. Atrás dejamos el bullicio y la pasión de un oficio del que fuimos cautivos por decisión propia. Dejamos también la fraternidad de las redacciones convertidas todas las tardes en la gran familia de lo inesperado, donde los pulsos se aceleran conectados con el alma social.

Nada es igual a una redacción que palpita con el incesante de máquinas de escribir que, cual instrumentos musicales, transforman al reportero en virtuoso de la realidad. Una redacción que concluida la jornada, se declara lista para ser cómplice una vez más, del reinvento permanente de la vocación periodística”.

El siguiente párrafo fue concebido y está dirigido a los jóvenes que inician el ahora penoso oficio y que en labios de mi primer y sombrío jefe de redacción (y lo repito porque vale la pena), dice así: “ En este trabajo abrirás muchas puertas pero otras te cerrarán; por interés halagarán tu vanidad, mientras te apuñalan por la espalda y si buscas riqueza aquí es donde menos la encontrarás, influencia tal vez, pero a condición de humillante sometimiento…es en este reto donde podrás mostrar tu auténtica vocación”.

Recuerdo lo anterior para decir a mis compañeros que el periodismo dejó de ser referente de lo inesperado para convertirse en lastimoso ejercicio de lo innecesario, y quizá también de lo inútil…son otros tiempos, por ello poco importa celebrar el 4 de enero.

Y hasta la próxima.

La seguridad de nuestros niños y niñas es tarea de todos.
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