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Nostalgia en cuatro actos

Max Avila

1 de diciembre, 2009

Primer acto.-La imagen se guardó de semper para semper: en un mediodía agradable de febrero veo a Praxedis Balboa en vehículo descubierto por la alameda rumbo al estadio olímpico donde rendiría protesta como gobernador. Le siguen a trote cientos de campesinos de los que jamás me expliqué su desbordante alegría puesto que el neo ejecutivo era obrerista y no agrarista y así dejó constancia durante su mandato de tonos algunos tan grises como la confrontación innecesaria por la autonomía universitaria. La escena quedó y de vez en cuando el escribidor la recicla mucho por tratar de entender la concepción y participación de nuestra gente en política. El columnista se pone serio.- antes el gusto era total y la ciudad y el estado vivían impulsados por energía cívica. Todos nos vestíamos de políticos, como en la fecha del informe del gobernador donde literalmente se desbordaba la alegría popular. A lo mejor aun éramos silvestres, pero muy “sínceros”, eso sí. Segundo acto.- Era de noche, pero la fiesta parecía interminable en la plaza Hidalgo. Entre música regional arriba el tumulto con la estrella del show al frente metido en una guayabera blanca, anteojos de medio punto que ocultan esa turbia mirada que Alfonso Martínez Domínguez comparó con la de una serpiente, una sonrisa congelada y los brazos en alto dibujando su slogan de “¡arriba y adelante!”, que ya sabemos en física no tiene lógica. Es Luis Echeverría en campaña, el que recién había visitado la universidad de Morelia, donde las versiones exageraron el presunto homenaje a sus víctimas del 2 de octubre ubicándolo en un tris de perder la candidatura presidencial. Dicese que Díaz Ordaz estaba tan encabronado que convocó de urgencia al CEN tricolor pa’ nombrar otro abanderado. Esa noche en Victoria Echeverría fue hombre-espectáculo. Tercer acto.- Tamaulipas está de feria. Otro candidato presidencial inicia por Tula su campaña y allá llega gente de todas partes pa’ sentir de cerca de Luis Donaldo Colosio. Su discurso tiene el mismo sentido de justicia social que lo había sentenciado el 6 de marzo en el monumento a la Revolución durante el aniversario de su partido. En el semidesierto sus palabras son como volcán en erupción y encuentran eco en la inmensidad de la sierra Madre oriental y la pobreza histórica que va pegada a los huaraches de los miles de campesinos presentes. “¡Éste si tiene tanates!”, escucha decir el columnista a una anciana del lugar. Cuarto acto.- Escenario, la plaza principal de Reynosa. La frivolidad está de moda. López Portillo llega acompañado por un ejército de aduladores que entre cantos, chirimías y tambores lo visten con el ropaje de Quetzalcóatl. Será el presidente que quiso trascender a la inmortalidad y fue a parar al chisme barato del burlesque. Ahí, en esa plaza también estuvo nuestra gente, siendo testigo de un capítulo más de la picaresca política. Y podríamos seguir porque el libro de la grilla tiene remiendos por todas partes. El asunto es que la política toma el estilo de los tiempos. En Tamaulipas ha habido épocas de obscuro transcurrir con ciertos gobernantes que minimizaron y hasta intentaron “desborrar” lo que a las mayorías resultaba fastuoso como la participación de la raza en eventos de dominio público, una de esas costumbres que no tienen dueño porque son producto de la euforia total y absoluta. Ahora las costumbres se rescatan y a Tamaulipas regresa la fiesta. En gran medida el informe quinto de Eugenio Hernández Flores tiene la virtud por su gran convocatoria y su innegable dosis de nostalgia, pero hay algo más. Eso de los honores patrios tiene sabor a fraternidad “como la de antes” que bien merece una estrellita para quienes cada lunes acuden convencidos de que el reencuentro con los orígenes fortalece y conserva las instituciones, sobre todo en estos tiempos de indiscriminado ataque panista. Dicho esto paso a retirarme. Y hasta la próxima.
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