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Los estorbos del II Piso de la IV T

José Ángel Solorio

5 de octubre, 2025

El deslinde del expresidente Andrés Manuel López Obrador, con sus cuadros más relevantes -y más manchados por sus actos inmorales- es cada día más claro. La primera víctima de esa decisión es su fraternal amigo y paisano Adán Augusto López Hernández. Éste, angustiado por la intensa metralla recibida -justificadamente-en los recientes días, intentó dialogar en la finca de Palenque con el artífice de la IV T.

 No pudo.

 Fue rechazado.

 Es altamente tóxico para el expresidente y para la presidenta.

 Es explicable: Adán Augusto cometió tantas tropelías al amparo del poder, que se convirtió en el principal detractor de un gobierno que aspiraba a ser diferente a los demás.

 Hoy el exsecretario de Gobernación se ve angustiado, acorralado por sus propios fantasmas; intenta balbucear en su defensa, que atrás de esa embestida están los enemigos de la IV T que pretenden debilitar el movimiento en el que aún se incluye.

 Lo cierto es que su historia, es más tenebrosa de lo que sus enemigos la pintan. En los hechos, pretende tener -y lo presume- un blindaje como el de AMLO, con el cual las críticas lejos de debilitarlo lo fortalecen.

 No cualquiera.

 No Adán Augusto.

 López Hernández es un político acabado, obliterado, calcinado: no tiene presente, ni futuro con ese negro pasado que lo asfixia.

 Es un problema para todos.

 Para AMLO, porque suma desaseo al proyecto transexenal de la IV T y a la vez, adiciona lodo al Segundo Piso que encabeza Claudia Sheinbaum.

 La reciente imagen de él, en el senado, es ilustrativa -viendo en plena sesión, un partido de futbol- de lo que Adán representa: la ausencia, el desapego, el alejamiento, el desdén por los asuntos más apremiantes de la república.

 Y eso no es de hoy.

 Desde sus inicios en la construcción del liderazgo de AMLO que concluyó con su llegada a la presidencia, ya tenía vínculos con la delincuencia personificada en La Barredora.

 López Obrador ha dado muestras fehacientes de su intolerancia con los errores. Y no le importa cercenar a aquellos colaboradores que le fallaron.

 El primero fue César Yáñez. Se casó en fastuoso evento, que publicitó a pasto en la prensa del corazón. Pensó que estaba en los regímenes pasados. No llegó a tomar protesta de su importante cargo para el que estaba perfilado: AMLO lo congeló.

 El segundo caso fue Eréndira Sandoval; Secretaría del Gabinete presidencial. Se equivocó al confrontar la propuesta de Andrés Manuel, del candidato a gobernador de Guerrero. Eréndira, parte de una familia de formidable trayectoria en el Partido Comunista, fue cesada por el tabasqueño. Igual pasó con el empresario, Alfonso Romo.

 ¿Cuándo se decidirá Sheinbaum a cercenarse tanto estorbo?

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