Luis Alonso Vásquez
Dirección General
Martha Isabel Alvarado
Sub Dirección General
9 de julio, 2011
El Latinos Bar, fue el lugar preferido –allá por los 70s y 80s- de muchos riobravenses para “echar la copa”. Era sitio de reunión de burócratas, políticos, agricultores, abogados, periodistas y pistoleros. Sí: pistoleros, gatilleros. Esa argamasa social, coexistía en armonía por un fundamental principio: cada quién iba a lo suyo; unos a charlar sobre las cosechas, otros a concretar negocios, los más sólo a convivir.
Aunque el parmismo tenía sus simpatizantes, en Río Bravo el PRI con es insuperable capacidad de recomponerse, había superado la crisis de los 70s con gran prestancia. La alcaldía estaba en manos del tricolor. En el campo la Izquierda crecía en organización: la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC) aglutinaba a miles de campesinos; había hecho del Plan del Alazán –una congregación de casi una docena de ejidos- su principal baluarte.
Esa época fue signada por la “toma de tierras” de los campesinos de la CIOAC que optaron por la acción directa para acelerar los pasos de una reforma agraria burocratizada e insensible. Persecución implacable del aparato de justicia del gobierno estatal contra los líderes de esa agrupación. Gregorio Luna el principal organizador y caudillo agrarista del momento, fue puesto tras las rejas al menos tres ocasiones.
La películas de ficheras eran un éxito en el Cinema Azteca. Y en las populares Ferias de la Cosecha abarrotaban los stands de la Carta y la Corona miles de fans de cantantes diversos que hacían rugir frenéticamente, a ese conglomerado mayoritariamente rural.
Los chicos eran de diversiones light. Se reunían en discotecas como el Bakarash o el Geminis. Rolas de los Bee Gees, y bailes sobre coloridos y fulgurantes tapices de polietileno. Cervezas, cigarrillo y párale de contar.
Los candidatos a la presidencia de la república del PRI nunca tuvieron problemas en la región. Obtenían casi el 100 por ciento de la votación. Eran tiempos de carro completo. Los candidatos a Senador y a diputado tenían verdaderos días de campo. La lucha por los ayuntamientos, se percibía con mayor fragor al interior del PRI.
En comparación a los días que corren, Río Bravo estaba en paz.
El Latinos Bar, era dentro de los que cabe, un microcosmos que reflejaba aquella sociedad en ebullición, en reacomodo político y social. Ahí se enteraba uno de lo que ocurría en la política, de los que pasaba en las regiones agrarias del municipio y de los rencores irresueltos del submundo riobravense. No era una obligación para los periodistas ir; pero uno lo asumía como un mandato laboral.
Angel Guerra y yo, se puede decir, éramos parroquianos de ese lugar. Antes de terminar de redactar la información o después; el orden no alteraba el producto hacíamos nuestra aparición. Con frecuencia, se sumaba a esas estancias, Higinio Treviño. Era él un hombre discreto, de pocas palabras; usaba un bigote estilo Zapata y vestía regularmente de mezclilla y botas, y tenía una peculiaridad: usaba su revólver 38, encajado en la bolsa trasera del pantalón. Treviño, era ya una estampa común en el pueblo.
Un jueves de algún mes de verano, entró al Latinos Bar, el Chato Cázares. Sudaba. Pantalón vaquero, camisa a cuadros, botas de tacón bajo puso su vista en Guerra, Treviño y yo que estábamos en una mesa a unos metros de la sinfonola. Levantó su mano, -era un personaje como de 150 kilos- y resopló:
-Quiubo!
Nosotros, igual:
-Quiubo!..
Cázares se sentó a tres mesas de distancia de nosotros.
Se terminó un jaibol. Y otro. Y otro.
Momento de baño. Cuando reflexionaba frente al mingitorio, escuché un chasquido metálico. Era el Chato Cázares que cortaba cartucho de su escuadra 45. De reojo, alcancé a ver que encajaba la pistola en su cintura; y luego, lo ví regresar sobre sus pasos.
Cuando regresé a la mesa Cázares ya estaba sentado en la suya.
Pensé: “Ahorita le digo a Higinio y a Guerra, lo que pasó en el baño…”
Volvía a pensar: “Y si se hace la pinche balacera aquí..?”
Treviño no quitaba la mirada de Cázares; ni Cázares quitaba la vista de Treviño.
Guerra y yo, como si nada. O más bien, fingiendo que no pasaba nada.
Cázares de un trago acabó con su cerveza. Lanzó unos dólares sobre la mesa y se puso de pié. Se encaminó a la puerta. Se fajó su camisa y reacomodó su escuadra. Antes de abrir la puerta nos dijo:
-Nos vemos…
Cuando se había marchado el Chato, comenté a Guerra y a Higinio el asunto del baño.
Reclamó Guerra: “Por qué no dijiste cabrón..?”
Higinio sólo sonrió.
Le dirigí una mirada extrañada.
Entonces vi a donde me señalaba: tenía el revólver entre su muslo y la silla.