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16 de julio, 2011

   La historia de Río Bravo tiene una figura estelar. Es un personaje, que transitó, transversalmente, por los más relevantes períodos de continuidad y cambio del municipio y su sociedad. Participó con gran energía en la lucha por la emancipación, al comienzo de la década de los 60 cuando el pueblo era una delegación de Reynosa. Estuvo presente en la constitución de la Central Campesina Independiente (CCI). Fue figura estelar en las rebeliones cívicas que apuntalaron al Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM). Dirigió las luchas de los regantes –en los 70s- que generaron una nueva relación entre los agricultores y la autoridad (en esa época, la SARH) en los años setentas. Y vivió en el centro de la insurgencia ciudadana –en los 90s- que permitió la alternancia en el poder municipal, con Juan Antonio Guajardo Anzaldúa como actor principal.

 Se llamaba Severiano Ponce Sandoval.

 Era él, un hombre pausado que siempre mostró indignación ante la injusticia y ante la desigualdad. Desempeñó por años, hasta su jubilación, su profesión de profesor. Amaba enseñar.

 Poseía un verbo incendiario. Dio memorables discursos en todos los movimientos sociales en los cuales participó. Valeroso como pocos; sobre todo, cuando sus ideales – o sus compañeros- estaban en juego.

 En una ocasión, cuatro dirigentes de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC), reclamábamos al jefe de la Policía Judicial el arresto del dirigente campesino Gregorio Luna Martínez.

 Se enfadó el jefe policiaco.

 Soltó:

 -¿Tienen muchos guevos?..

 Luego, puso su pistola sobre el escritorio.

 La adrenalina se agolpó en mi estómago. O al menos, esa es la sensación que recuerdo.

 Nos paralizamos. Nadie supo que contestar. Sobre todo, porque siete efectivos de la  Judicial estaban al lado del Comandante.

 Ponce Sandoval, puso sus manos sobre el escritorio. Dirigió su mirada, directamente a los ojos del policía, y expresó suavemente delante de la escuadra y frente al rostro de su interlocutor:

 “No se trata de guevos. Se trata de justicia. O más bien: de injusticia. Eso es lo que hicieron con Goyo”.

 -Y venimos por él-, añadió.

 Afuera de la comandancia, decenas de campesinos  empezaban a inquietarse. Sus gritos llegaban hasta nosotros.

 El Comandante dijo:

 -Déjenme consultar en Victoria…

 Media hora más tarde Luna Martínez estaba libre.

  Severiano era un hombre de Izquierda. Siempre lo pregonó. Una vez me contó:

 -Conocí el socialismo real. Ví cómo la Unión Soviética construyó una sociedad culta y productiva.

 Era uno de sus principales orgullos: haber paseado como invitado del Partido Comunista de la Unión Soviética, por las principales ciudades de lo que la gente conoció como la Rusia Comunista. Regresó al Ejido El Rosario, con la sorpresa de haber visto a Lenin en su mausoleo.

  El profesor, poseía una sabiduría ecléctica. La había abrevada tanto en libros de política, filosofía, educación, literatura, como en la apropiación de los muchos saberes de la sociedad rural de la región.

 Cuando se le planteaban interrogantes, algunas veces respondía con citas y ejemplos de Marx, de Hegel, de Ho Chi Min, de Lumumba o de Fidel Castro. Otras, las resolvía con esa contundente sapiencia cosechada en las tertulias de parcela.

 Una tarde íbamos al Plan del Alazán. Manejaba él, su viejo Impala. Pasó por mí, a la Preparatoria Popular. Suponiendo que el regreso pudiera alargarse hasta el otro día, le pregunté antes de subir al coche:

 - ¿Profe, me llevo una chamarra?...

 Me dijo con la seriedad que siempre le caracterizó:

 -Cuando haga calor, carga tu cobija. Cuando haga frío…tú sabes.

 

 

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