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El desafío de la clase política tamaulipeca

José Ángel Solorio

27 de mayo, 2012

Mucho hay que agradecerle a Tomás Yarrington. Mucho. Ha generado con sus conductas el resquebrajamiento de la clase política tradicional tamaulipeca y ha abierto la posibilidad para que se depure. Su patológica atracción por el dinero –el dinero fácil-, acaso alimentada por los días de privación y de precariedad en su paso por lo más bajo de la pirámide social en su natal Matamoros, lo condujo hoy, a ser paradigma del servidor público que se ha enriquecido con el cargo.

 Como él mismo lo decía hace años: es ejemplo nacional.

 Con él, se van al barranco de la vergüenza y del bochorno sus aliados y correligionarios. Decenas de políticos tamaulipecos quisieron ser como él; y fueron como él.

  (No pretendo hacer leña del árbol caído. Es abominable esa actitud. Por si acaso: tengo mis credenciales de leñador).

 Avieso como pocos, mostró siempre la ambición como su mayor divisa.

 Tres ocasiones tuve la oportunidad de platicar con Yarrington. Pude ver chorrear su soberbia. Pude ver su soberbia transformada en prepotencia.

 Era la casa de gobierno. El gobernador tras su escritorio. Saludo caballeroso. Hablaba conmigo al tiempo de utilizar su lap top.

 -¿Qué te tomas?-, dijo.

 -Café-.

 Tocó un timbre que repicó en la oficina de su secretario particular.

 Casi corriendo llegó Ramón Durón Ruiz.

 -Dígame señor…-

 -Café para el señor-.

  Partió raudo el doctor Durón por la bebida.

  Yarrington contó entonces el agradecimiento que le tenía a Durón.

 “Gracias a Ramón, creció mi carrera política. Él y su gente me cerraron el paso para llegar al Frente Juvenil Revolucionario en Tamaulipas. Me tuve que ir a la ciudad México”, abundó.

 -Gracias a él, yo estoy aquí y él está ahí-, me confió frente a Durón que ponía frente a mí la taza de café.

 -¿Verdad Ramón..?-, preguntó a su auxiliar.

 Enrojeció el rostro de Durón.

 Me incomodé.

 Remachó el gobernador fríamente:

  “Retírate por favor Ramón”.

 Me incomodé aún más.

 Como gobernador Tomás transpiraba gozo en el ejercicio del poder. Se asemejaba a esos niños que han añorado un juguete por mucho tiempo y cuando lo tienen los desborda, desquicia, el júbilo. En una de sus giras de trabajo por el Cuarto Distrito, Miquihuana creo, Yarrington avizoró una bella planicie que se desprendía de una sierra hermosamente verde.

 Se extasió el gobernador.

 Dijo con la mirada fija en el pasto:

 -Cómo para tirar un palo de golf…-

  Soltó entonces un orden para sus escoltas:

 “Traigan el equipo”.

  El helicóptero, -que transportaba al Ejecutivo estatal- despegó rumbo a Ciudad Victoria. Media horas mas tarde estaba de regreso. Los auxiliares de Yarrington llegaron jadeantes cargando la bolsa con los bastones de golf.

 Se montó el escenario para Tomás.

 Hizo un solo tiro el gobernador.

 Dijo al terminar su ejercicio:

 -¡Vámonos!-.

 Desplantes más, desplantes menos ese era el gobernador Yarrington.

 No es sencillo. Pero la clase política tamaulipeca está ante el desafío de cambiar. Esas actitudes, han alimentado la ira y el rencor sociales que tienen el país al borde del estallido. El 1 de julio, Tomás será un referente para los tamaulipecos.

 La lección del matamorense es notable: lo podrido hay que ponerlo en la basura…

 

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