Martha Isabel Alvarado
Dirección General
Fernando Flores
Sub Dirección General
3 de junio, 2012
Tres sacudidas ha vivido la clase política tamaulipeca en la época contemporánea. La primera en 1947, con la caída del portesgilismo; la segunda, en 1988 con la embestida del presidente Carlos Salinas de Gortari contra las burocracias obreras en la región y la tercera, el intento persecutorio del Presidente Felipe Calderón contra uno de los grupos políticos más sólidos que se han articulado en la entidad en el pasadizo del Siglo XX al Siglo XXI: los chicos traviesos y jubilosos del neoliberalismo.
(Por razones conceptuales, nos estaríamos refiriendo a los tres últimos gobernadores: Manuel Cavazos Lerma, Tomás Yarrington Ruvalcaba y Eugenio Hernández Flores. Su antecesor, Américo Villarreal Guerra jugó el relevante papel de político visagra entre los gobernadores afines al nacionalismo revolucionario y los profetas del libre mercado).
La remoción del gobernador Hugo Pedro González, desmanteló toda un red de autoridad que bajo el mando de Emilo Portes Gil había comandado el estado desde 1926, cuando se convirtió en gobernador constitucional de Tamaulipas. Fue demoledor para esa corriente política el golpe: cientos de personalidades se convirtieron de la noche en la mañana en apestados para un régimen que venía a liquidar cuentas con las fuerzas regionales que mantenían cierta autonomía de las decisiones del centro del país.
El alemanismo –los seguidores y personeros del Presidente Miguel Alemán- llegó hacha en mano. Todo vestigio de portesgilismo fue desenraizado.
Algunos años después de esos hechos, en una modesta cantina de Nuevo Laredo, el abogado Hugo Pedro me confiaría:
-El presidente Miguel Alemán, odiaba a Portes Gil.
La desalmada ofensiva del Presidente Salinas contra los caciques sindicales tomó visos de guerra política de alta intensidad en el estado. Pedro Pérez Ibarra, Reynaldo Garza Cantú, Agapito González y Joaquín Hernández Galicia fueron aplastados por la mano de un Ejecutivo federal ávido de legitimidad y de entregar el país a los empresarios extranjeros.
En las oficinas del empresario tepiqueño Álvaro Garza Cantú, encontré a la Quina.
Vestía modestísimo. Tenía algunos meses de haber sido liberado. Habló de su injusto encierro; de su trabajo en el sindicato petrolero; de sus amigos: de su soledad en la celda.
Me sintetizó su opinión sobre Carlos Salinas:
-Es un criminal..
La guerra de Salinas contra las burocracias obreras tamaulipecas dejó un enorme vacío de poder que fue ocupado por dirigentes cívicos opositores como Gustavo Cárdenas, Juan Antonio Guajardo y Ramón Sampayo. Y claro: los ahijados del hombre de Agualeguas: Manuel Cavazos, Oscar Luebbert, Tomás Yarrington, Mónica García, Homar Zamorano, Eliseo Castillo y otros.
(Es claro que con la existencia de los caciques obreros la vida política de Yarrington, Luebbert y Mónica hubiera sido compleja y sufrida).
El escenario vivido por el ocaso del portesgilismo y por la liquidación de los caciques obreros, es semejante al que hoy enfrenta la clase política priista. La persecución del grupo neoliberal ha puesto en huída a personajes que fueron pilares –sobre todo económicos- por muchos años en el ejercicio político y empresarial en la entidad. Por lustros, estos ciudadanos operaron como verdaderos profesionales del financiamiento de decenas de candidatos a diversos cargos de representación popular. Por años, estos factores socioeconómicos apuntalaron al partido de las mayorías para sostener su hegemonía en Tamaulipas.
¿Qué pasará en Tamaulipas ahora?..
¿Podrá el PRI procesar esas dolorosas ausencias?..
¿Quién ocupará los espacios vacíos dejados por los fugitivos?..
¿Será capaz el PRI de superar la tercer gran purga en la historia moderna tamaulipeca?..