Luis Alonso Vásquez
Dirección General
Martha Isabel Alvarado
Sub Dirección General
26 de julio, 2011
Para Lupita Montalvo, Yoana Melissa Zapata y Jorge Zapata que gustan de los textos de vaqueros.
Llegaron de madrugada, a la Colonia La Paz de Río Bravo. Eran doce o quince hombres. Venían de Reynosa. Portaban revólveres 38, escuadras 45 Copa de Oro, varias M16 y dos o tres poderosas metralletas Thompson calibre 45. Sigilosamente, tomaron posiciones alrededor de una vieja casa de madera.
Serenaba esa madrugada de verano.
Las trocas en que se movían quedaron a varios metros de su objetivo. Hicieron con ellas una especie de semicírculo al frente de su objetivo.
“El reloj marcaba las 3 de la mañana”, relataría un cronista policiaco.
Comenzaba la década de los 80.
Los fuereños, quienes fueron identificados días después como parte de la banda de Los Coreanos, gritaron:
-¡Salgan cabrones! ¡Pa que se los cargue la chingada!
Casi al unísono empezaron a descargar sus armas sobre la vivienda.
De adentro de la casa replicaron:
-!Vengan por nosotros cabrones!
Y se sumó al estruendo de afuera, el estruendo de adentro de la casa.
Media hora duró el intercambio de metralla.
Juan Guerrero, era el hombre que capitaneaba a la media docena de gatilleros que habían sido copados por los reynosenses. No eran muchachos de escuela. Todos, habían participado en uno o en varios enfrentamientos; o con bandas rivales, o con la policía. Guerrero, formaba parte de esos personajes fronterizos que han impulsado la economía regional con capitales irregulares, informales. Sus seguidores, sobra decirlo: seguían a pié juntillas sus pasos.
Las huestes de Guerrero tenían ventaja: conocían el vecindario. Los Coreanos, operaban casi a ciegas. Luego de la sorpresa, los acorralados tomaron la ofensiva. Fueron saliendo uno a uno pecho a tierra y se abrieron en abanico. Cuando consideraron prudente soltaron las descargas de sus armas sobre los flamazos que señalaban la ubicación de los reynosenses.
Guerrero a gritos levantaba la moral de sus combatientes.
-!Pártanles la madre!-, gritaba para hacerse oír entre el alboroto de pistolas, vidrios rotos, aullidos y maldiciones, al tiempo que accionaba su metralleta.
Los Coreanos debieron sentir muy cerca los plomos. El jefe dio la orden de retirada. Montaron sus fordtingas y tomaron camino a Reynosa.
Miles de cartuchos contaron los auxiliares del Agente del Ministerio Público y de la Policía Judicial. “Decenas de vehículos agujerados y decenas de casas atravesadas por las balas”, fue el reporte de los daños que hizo la autoridad.
No hubo más que dos heridos. Uno de la gente de Guerrero; el otro, de Los Coreanos.
Meses más tarde, coincidieron en el bar Shamrock Higinio Treviño y José Corral Mata. Ambos estaban acompañados. Treviño de sus primos y hermanos; Corral Mata, de varios políticos riobravenses (Era uno de los dirigentes del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana en la localidad). Ni cómo no verse: la cantina era un reducido espacio de 5 por 4 metros.
Unos y otros, eran hombres de armas tomar. (Exceptuando los políticos claro…)
Iban los güisquis, para una mesa.
Iban los güisquis, para la otra mesa.
Transpiraba la mesera.
La sinfonola impidió comprender el origen del diferendo. Intempestivamente, los parroquianos escucharon las detonaciones. Treviño y sus amigos tenían superioridad en armas. Del grupo de Corral Mata, sólo él cargaba una escuadra.
Dos o tres minutos duró el intercambio de plomo. En el interior y en el exterior del bar, dieron y recibieron bala los rijosos.
Centenares de casquillos quedaron –como dicen los reporteros de la nota roja- “en el lugar de los hechos”. Y en el piso, Corral Mata con un impacto en el pecho y varios rozones en brazos y piernas. Sobrevivió.
Años después, en una charla aderezada con escocés y carne asada, pregunté a Corral Mata –recordándole lo de Los Coreanos y su experiencia del Shamrock-:
-¿Oye Corral, porqué tanto pinche balazo y tan pocos muertos..? ¿No saben tirar o qué..?
Me dijo desde su sapiencia en emboscadas y reyertas, acomodándose el mostacho con su mano derecha mientras con la izquierda giraba el vaso de güisqui como para mezclarlo:
-No es lo mismo dispararle a un güevo, que dispararle a dos...