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24 de junio, 2012

Efectivamente: la estirpe se agotó. El legado de Juan Antonio Guajardo Anzaldúa, lo hicieron colapsar sus hermanos Juan Diego y Roberto. El primero, por mostrar una conducta veleidosa –acomodaticia quizá sea el concepto que lo describa- y abandonar a miles de riobravenses que creyeron en perpetuar la memoria de Juan Antonio llevándolo a la presidencia municipal. El segundo, por tirar por la borda un capital político que le había caído del cielo: se tiró en la playa pera ver pasar el proceso electoral confiando que los votos le caerían como por ensalmo.

 El cierre de campaña de Roberto en la Plaza Juárez, que en el pasado atestiguó los más candentes mítines encabezados por su hermano Juan Antonio, así lo evidenció. Apenas asistieron medio centenar de ciudadanos del candidato de las Izquierdas al evento con el cual aspiraba a cerrar su campaña.

 Medio centenar de seguidores.

 Ni el ilegal Partido Comunista Mexicano tuvo en sus más deslucidos actos, tan poca audiencia como Roberto.

 ¿Qué pasó con el arrastre del apellido Guajardo?

 ¿Dónde quedó el magnetismo del clan?

  Se quedó en la desilusión de los riobravenses. Miles de ciudadanos salieron a festejar cuando Juan Diego rescató en la mesa el triunfo que el PRI pretendió arrebatarle. Sí: el PRI, partido al que ahora promueve y dice adorar. Parecía que esa gallarda actitud, pondría a Juan Diego a la estatura política de su desaparecido hermano. No cualquiera logra revertir una decisión en la cual se movieron grandes y poderosos intereses.

 Él lo hizo.

 El pueblo pensó que Juan Diego estaba en el camino de cubrir el enorme hueco dejado por su fraterno. Pero no. Decidió entregar la plaza luego de haber vencido a sus adversarios. Eso generó un grande desaliento en la comunidad. Esa comunidad, que nunca regateó el apoyo a su hermano Juan Antonio, a pesar de la asfixia de obra pública que el gobernador en turno instrumentó para erosionar su base social en el municipio.

 Ese escenario se repite. El pueblo está en el abandono en el rubro de obra pública y se percibe una deficiente administración de la ciudad. Pero él, lejos de encabezar con dignidad a la sociedad, optó por ofrecer a los riobravenses como un puñado de votos a cambio de canonjías y sinecuras para su proyecto personal.

 Seguramente eso no gustó a la ciudadanía.

 Muy probablemente, eso enfadó a los seguidores de los Guajardo.

 E impactó en pleno rostro del más ingenuo de la familia: Roberto.

 El hoy candidato a diputado federal, no hizo el menor esfuerzo por convertirse en una fuerza competitiva. Sólo pintó una camioneta con algunas fotografías suyas y ya. No salió a hacer campaña más allá del municipio de Río Bravo. (Hay que recordar que el distrito III está formado por nueve municipios).

 Intentaba Roberto, dicen sus amigos, posicionarse para la campaña electoral municipal que en unos meses dará marcha. No era un mal plan. Intentaba el candidato, obtener al menos 14 mil votos en la contienda de la diputación para estar en la orientación de la alcaldía en el 2013.

 No contaba con la astucia de Juan Diego.

 El alcalde se echó en brazos de sus enemigos. Y cómo se ve en los eventos de Roberto, la ciudadanía se replegó en un desaliento que seguramente afectará la vida política riobravense.

 Nunca la oposición había estado tan desarticulada en Río Bravo. Desde las década de los sesenta, esta región siempre tuvo la presencia de grupos progresistas. Primero los comunistas; luego los parmistas; en seguida los perredistas y finalmente los panistas. (Estos dos últimos actores encabezados por Juan Antonio).

 Juan Diego, rompió la continuidad de ese proceso histórico.

 Y Roberto es la primera víctima…

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