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José Ángel Solorio

4 de diciembre, 2011

Llegué a Ciudad Victoria, un año antes de que finalizara su sexenio Emilio Martínez Manautou. Me encantó la ciudad. Mi vida había transcurrido en Río Bravo en medio de tolvaneras y un calorón de la chingada. Te parabas en medio de la parcela y veías el horizonte inagotable, hasta que confluía el transparente cielo, con el ocre color del suelo. Sobre los surcos, los rayos del sol sacaban tiras de humedad, que como vapor reverberaban, serpenteaban a lo lejos.

 Dos o tres mezquites apenas, se oponían al sol en varios kilómetros a la redonda.

 (Así era la frontera: se consideraba un pecado tener árboles en la zona agrícola)

 La capital de estado era un vivero. Centenarios laureles de la india, crecían en las plazas públicas y sobre las avenidas una flora cuasi tropical daba a la ciudad un look verdoso que la hacía amigable y acogedora. Sobre el río San Marcos, único afluente tamaulipeco sin agua, centenares de árboles se nutrían de los mantos freáticos que en el pasado, muy pasado, corrieron por la superficie.

 La calle 17, era un jardín. Para mí era un shock. Esta avenida, tenía más árboles que todas las plazas públicas de Río Bravo.

 Recién me instalé en la capital, me invitaron a trabajar en El Diario de Ciudad Victoria. Conocí ahí, a gente valiosísima de la que aprendí buena parte del ejercicio periodístico. Era el sub director del periódico Ezequiel Parra Altamirano. Operaba como director y jefe, el abogado Juan Guerrero Villarreal. El tercero en la jerarquía, el jefe de información, era José Pepe Walle. El cuarto en la línea de mando, era Azahel Jaramillo.

 La tropa éramos Fernando Acuña, Rogelio Rodríguez, Fortino Rodríguez, Vicente González y un servidor.

 Parra Altamirano, era un periodista excepcional. Pluma ágil, pulcra, polémica abandonaría el oficio para incorporarse a la política. Resultó tan bueno en esa actividad que llegó a ser alcalde de su pueblo natal y muy alto funcionario de alguna administración estatal de Nayarit. En mucho, El Diario de Ciudad Victoria, debió su éxito al talento de Ezequiel.

 A la partida de Parra Altamirano, tomó el mando absoluto del diario, Guerrero Villarreal. Político de toda la vida, -había sido Secretario General de gobierno con el gobernador Rául Gárate y gobernador interino algunos días- tenía una visión equilibrada del trabajo periodístico. Parte de una generación brillante de la UNAM, era culto como pocos y poseía una prosa decantada y didáctica.

 Tenía en su haber varios libros. Uno de ellos, La Historia como fue en el cual narra sus experiencias en diversos movimientos políticos del centro del estado. Se significó como antiportesgilista y luego como antiteranista –es decir adversario de Horacio Terán-. Mantuvo apasionados debates con los abogados Francisco Hernández García y Juan Fidel Zorrilla. El asunto: las acciones y los gobiernos de Emilio Portes Gil y sus aliados.

 Fue un hombre elegante. Pocas veces asistía a la redacción sin traje o sin corbata.

  Recibía en su oficina a los políticos o funcionarios públicos. Charlaba con ellos algunos minutos. Luego pedía al reportero que estuviera a la mano, entrevistar al visitante. Para él, me daba la impresión, era otra forma de hacer política.

 Conocía al dedillo a los políticos de Ciudad Victoria.

 Vicios y virtudes. Todo sabía de todos.

 Tenía una visión muy precisa de la ciudad y de sus ciudadanos.

  Un mes de diciembre, del primer año de gobierno de Américo Villarreal Guerra, me invitó a su oficina. Platicamos de asuntos varios.

  Me regaló uno de sus libros.

   -¿Te gusta la ciudad?-, preguntó.

 -Sí. Ya llevo aquí casi un año.-, dije.

 -Es muy bonita. Muy agradable.

  De inmediato, como alertándome comentó:

 -Nomás que la gente es muy chismosa…

 Había escuchado esa descripción que siempre he creído exagerada.

 -¿Cómo..?-, alcancé a replicar.

   Puso sus codos sobre el escritorio. Descansó su barbilla sobre las manos entrecruzadas y me contestó con una contundente metáfora:

 “Si te echas un pedo en el ocho…

 …en el diez dicen que te cagaste.”

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