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12 de diciembre, 2011

Yo digo y sostengo que el sistema padece una enfermedad terminal. Lo sentimos en los años setentas con la guerra sucia y la violencia institucional que cobró la vida de jóvenes y dirigentes de organizaciones independientes. Ahora lo sentimos de nuevo.

Y es que otra vez empezaron a caer estudiantes. Por el rumbo de Chilpancingo este lunes dos normalistas fueron abatidos por la policía. En este sentido se pasan la pelotita estatales y federales mientras la secretaría de Gobernación promete llegar hasta las últimas consecuencias, ¿dónde se ha escuchado esto?, para descubrir a los autores de tan bárbara acción.

Matar estudiantes es lo último que puede tolerarse en una democracia que presume serlo. Por algo el 68 caló hondo en la conciencia nacional señalando un veredicto negativo para un gobierno que escribió uno de los capítulos más negros de la historia moderna del país. Una mancha que Díaz Ordaz jamás se la sacudió como también la seguirá llevando Luis Echeverría por el resto de su existencia.

La muerte reciente de estos dos jóvenes estudiantes de la normal de Ayotzinapa Guerrero, la misma donde estudió Lucio Cabañas, se dio en circunstancias nada especiales pues se trataba de una protesta como hay decenas en México todos los días. Solo pedían mejoras para su escuela y su desarrollo personal y la policía respondió con balas.

¿De qué se trata?, ¿de provocar aun más violencia?. En sus tiempos Lucio Cabañas y un grupo de campesinos y colonos realizaron una protesta pacífica en la plaza principal del pueblo de Atoyac de Álvarez justo para demandar servicios y mejores condiciones de vida para la comunidad. Entonces la respuesta también fueron balas lo que originó el nacimiento de la célebre guerrilla y el Partido de los pobres que mantuvo en jaque por varios años al gobierno de  la república, incluido el escandaloso secuestro del candidato al gobierno estatal Rubén Figueroa.

El desenlace lo conocemos. Lucio fue abatido pero el rencor mayoritario siguió creciendo. Los hechos de este lunes pareciera otra provocación en el objetivo de eliminar líderes sociales, como ha sucedido en otras ocasiones, mostrarlos como “enemigos de las instituciones” cuando ya sabemos que los enemigos de la paz y la tranquilidad están en otra parte.

En otro país esto bastaría para la insurrección de miles que ahora mismo padecen inseguridad, desempleo y pobreza. Por supuesto en México no pasará de discursos y protestas verbales y no es por falta de ganas de salir a la calle y poner en evidencia al gobierno, sino por el miedo a la represión, una de las armas favoritas de un sistema que como el nuestro, va en caída libre. Y ni modo que sea invento.

Ya veremos si la indignación nacional alcanza la magnitud que debiera cuando está claro que la violencia institucional regresa y amenaza con quedarse ante la incapacidad de solucionar los problemas esenciales de sobrevivencia.

Ya sabremos cómo y qué responden los partidos y sus dirigentes. Ya veremos si tienen valor suficiente para protestar con dignidad y actuar en consecuencia, no solo por la muerte de estos estudiantes sino por la ola de violencia que ya alcanzó a lo más noble de nuestra juventud, esa que señalan en sus discursos, como “salvadora” de México.

2.- Mientras tanto ha de saber que Andrés, hijo de José Vasconcelos, es partidario de Andrés Manuel López Obrador, tanto que representa al Movimiento de regeneración nacional (MORENA) ante mexicanos que habitan en el extranjero, especialmente en los EUA. Usted dirá ¿y eso a mí qué?. Bueno, es que el padre de Andrés además de un gran filósofo y educador, fue candidato presidencial en el 29 por el partido anti-reeleccionista compitiendo con Pascual Ortiz Rubio “el nopalito” quien resulto “triunfador” en uno de los primeros fraudes que registra la historia, en una campaña violenta que produciría decenas de muertos en Tampico como en otras partes del país. “El nopalito” sucedería a Emilio Portes Gil aunque su paso por la presidencia fue fugaz siendo sustituido por Abelardo Rodríguez. El dato solo es evidencia de que “el peje” tiene aceptación no solo entre el pueblo sino en otros niveles pensantes, mientras el maestro Vasconcelos, donde se encuentre,  estará orgulloso de su hijo.

Y hasta la próxima.

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